Durante años, la diada de Sant Jordi fue una expresión genuina de afecto y cultura. Una rosa, un libro, un gesto libre y sincero, bastaban para celebrar el amor. Era un ritual cotidiano que no exigía grandes demostraciones, sino que transmitía autenticidad. En la actualidad, sin embargo, la festividad ha sido absorbida por la lógica del mercado. Nos vemos arrastrados a consumir: flores empaquetadas, firmas de autores, merchandising, peluches… La industria ha convertido un gesto simbólico en una obligación envuelta de expectativas. Se espera que el amor se demuestre en un solo día, como si el resto del año no contara. Tal vez, si el caballero Sant Jordi regresara, despertaría al dragón para alertarnos del modo en que hemos desvirtuado la celebración. Yo también estaría dispuesta a enfrentar ese dragón —el del consumismo desmedido— para recuperar una forma más sana y honesta de celebración.
