Ciertos alpinistas y escaladores nunca se jubilan, cabalgan su pasión hasta que la vida les manda al banquillo, sin hacerse preguntas. Otros, en cambio, arden y se consumen al fuego de la misma pasión que un buen día los puso en movimiento. A principios del presente siglo, Carlos Suárez parecía un artista fuera de foco, una persona en tránsito hacia algún lugar que nadie parecía entrever. Era un hombre con muchas preguntas en su cabeza, con dudas, atado a su gloriosa juventud como estrella del mundo vertical y al mismo tiempo necesitado de una conexión con un futuro que no acertaba a adivinar. ¿Debía buscar familia, hogar, trabajo estable, dejar atrás su esencia? El alpinismo empezaba a quedársele pequeño, un teatro donde repetir variaciones de la misma función, una obra arriesgada, única, reservada para una élite diminuta… pero siempre parecida. El salto BASE vino a rescatarle de su ensimismamiento, le regaló una pasión renovada, desconocida, fresca, en un marco que, además, dominaba: la montaña.
