Sólo un viejo rockero como Stuani es capaz de corregir al Girona, de explicar que al fútbol se gana con goles. Ante el Valencia, como acostumbra, jugó poco, pero fue suficiente para cazar un balón y poner el empate definitivo. Con Rioja en el banquillo por molestias musculares, Corberán optó por alinear a un Valencia con una defensa de cinco, señal de que priorizaba no encajar a someter al rival. La pelota, pues, pasó a ser un coto privado del Girona, cómodo con la propuesta; feliz por marcar el ritmo del duelo. Porque el equipo de Míchel, con buenos o malos resultados, ante rivales de pedigrí o quizá más atribulados, mantiene inflexible su filosofía, una que se define con la pelota entre los pies, con la posesión por bandera. Sucede, sin embargo, que ha perdido fogosidad porque carece de la alegría del gol, un delantero que sea santo y seña, que valide la apuesta. Miovski no da una, Abel Ruiz apenas media, y Stuani ya no está para muchos trotes, por más que nunca se le remoje la pólvora. Así lo aclaró una vez más ante el Valencia, suplencia y gol.
