
“Hemos firmado un contrato de mutua tristeza mientras que una impenetrable oscuridad nos rodea”, le contaba borracha la previsible suicida Piper Laurie a su alcohólico y chulazo novio Newman en esa película más allá del bien y el mal que se titula El buscavidas. Y cuentan los manípulos corresponsales del estado de las cosas en esa cosa tan infamante, boba y manipuladora llamada televisión que venturosamente ha llegado la primavera, que vamos a acortar las horas de oscuridad. Porque no puedo identificarme con ella a medida que avanza la senectud, tampoco antes, pero qué consuelo intentan ofrecerme en medio del desastroso estado de las cosas. Qué absurdo sentir consuelo y amor por el viento y la lluvia, por el frío y la intemperie, celebrar que la noche es muy larga mientras que veo una película, o leo, o escucho una música amada, o apelo a los buenos recuerdos que me quedan. Y pobrecitos los solitarios que ni siquiera pueden encontrar esos refugios, o el recuerdo de una existencia que algunas veces vislumbró la felicidad.
