Hace unos días, viendo una película, me asustó lo mucho que me podía identificar con el protagonista. Era un chico normal, que casi pasaba desapercibido, con mujer e hijo. Una vida sencilla, trabajo estable. En una escena, este le explicaba a su primo en qué consistía su trabajo. No sabía describirlo muy bien. Publicidad digital, generar más dinero para quien ya tiene. Lo contaba con tono sincero, intentando convencerse de que su trabajo era útil. De que no era simplemente una pequeña pieza que no encajaba en el nefasto puzzle capitalista en que vivimos. Tengo las mismas inquietudes que David, ese personaje de ficción tan real como estas líneas. ¿Dónde queda la vocación? ¿Dedicarse a aquello que implica un impacto? Vengo de una familia trabajadora, donde nadie tenía vocación porque el hambre, la precariedad, el techo debajo del que vivir, no se lo permitían. Trabajar siempre ha sido una necesidad, el trabajo asalariado una obligación. Eso nunca les ha frenado de llenar su vida de vocación, de dedicación. Simplemente, nunca han cobrado por ella, ni han podido vivir de ella. Pero sí con ella.
